jueves, 28 de octubre de 2010

Confesiones de un vinilómano #1



Si de algo estoy seguro después de 25 años coleccionando discos es de que aun invirtiendo todos los ahorros que pueda gastar, vilmente arrancados de mi mísero sueldo a expensas de inversiones más adultas y con el peligro de dejar a mis vástagos sin herencia alguna —a excepción, claro está, de una colección de discos que muy probablemente malvenderán por cuatro cuartos—; invirtiéndolo todo —decía— de aquí hasta la víspera de mi muerte, no podré comprarme todos los discos que quiero. Pues, como sabrá todo coleccionista, sea cual sea su ámbito, el problema se agrava día a día, ya que a medida que la colección se incrementa de forma aritmética, los discos que faltan lo hacen en progresión geométrica. La ecuación de la ruina. Sólo queda esperar un milagro: para mi familia, mi muerte prematura; para mí, ganar la lotería primitiva. Muchos han especulado, y especulan a diario, con qué hacer si ganan la lotería. La mayoría se lo gastaría todo estúpidamente en casas, coches, putas, viajes, joyas, algún cuadro abominable comprado en alguna subasta  para llenar tanto espacio en blanco, otra casa, más coches —ahora un Cayenne, ahora un Lamborghini—, puros cubanos, televisores de 150 pulgadas… En mi caso, lo tengo claro. Me pasaría el resto de mis días comprando discos en Discogs y Ebay, me dedicaría a establecer un demencial itinerario diario, escrupulosamente inamovible, por las tiendas de discos de la ciudad, con la posibilidad, en todo momento, de tomar un avión a Londres, Nueva York, París o toda urbe en la que vendan discos e inaugurar, así, nuevos e insospechados itinerarios internacionales. Para empezar, compraría, sistemáticamente, toda la discografía de Sarah Records, desde la primera hasta la ...

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Nos hemos mudado...

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